
La palabra discriminación está de moda.
Si bien siempre hubieron prejuicios, diferencias y abusos; en los tiempos que vivimos el tema se ha convertido en un mandato, en una suerte de ideología.
Desde que el hombre es hombre (o mujer para que nadie se ofenda) que existen diferencias entre las personas. Y esa ha sido la base de la convivencia. Aprender a estar con personas que son –básicamente- distintas a mí.
Lo contrario es la intolerancia. La intolerancia es la base de la discriminación mal entendida.
Mi punto es que discriminar no es malo como nos quieren hacer creer. Aquellos que quieren regularnos a través de leyes escritas o no. Que quieren que no pensemos como adultos, y buscan limitar nuestra capacidad de elegir, de tomar decisiones.
En vez de enseñarnos a respetar a los demás –por ser distintos- y en esa diferencia aprender, comparar, etc. nos imponen una creencia: discriminar está mal, la gente que discrimina está fuera de la tendencia de la modernidad, ser moderno es no discriminar.
Obviamente la NO-discriminación tiene una intención positiva: proteger a los débiles de los abusos de los “poderosos”.
El problema es cuando caemos en la trampa. Y hacemos de nuestros actos, una postura para quedar bien con el discurso social. Como bien señala mi amigo Gonzalo, miren las fotos de los Directorios de grandes empresas americanas: siempre hay un negro, una mujer y un oriental… Cumplen con la imagen de ser una empresa que no discrimina. Ahora, que sepan respetar las diferencias…
Los que manejan el significado de las cosas, nos hacen creer que la palabra discriminar es algo negativo. Qué logran: que adoptemos la posición de defender las minorías (negros, extranjeros, gays, etc. etc.) desde lo aparente. (la paradoja es que hay tantas minorías que ya no hay mayorías… )
En realidad logran que perdamos la parte positiva de discriminar: discernir, seleccionar, preferir, diferenciar, premiar, etc. etc. Todos estos conceptos positivos que son parte de esa misma palabra.
Porque si vamos a la definición del diccionario: “discriminar es darle un trato preferencial a una persona por sobre otra”. Es distinguir a alguien. De hecho premiar al que gana un partido de tenis o al mejor promedio, también es discriminar… O si voy a cenar con Moira y no con los chicos, los estoy discriminando…
La cara oculta de esta moralidad llamada No-discriminación es que termina transformando a las personas en víctimas. Y por querer proteger a unos, termina protegiendo a aquellos que entran en algunas de las variables de discriminación (edad, color de piel, sexo femenino, homosexualidad, enfermedad Terminal, etc. etc.). Cualquiera se puede amparar en este aparente privilegio.
Y en vez de fomentar la competitividad promediamos para abajo. Porque los “protegidos” terminan abusando. Entonces una persona incompetente no puede ser despedida porque tiene más de 40 años. Ahora la incompetencia no tiene nada que ver con la edad. Pero se usa a la edad como una excusa.
Entonces los aprovechadores, se ponen a esperar porque –especula- “si me hacen algo demando por discriminación” (sexual, racial, etárea, la que se te ocurra).
Creo que hay correr los títulos de moda y evaluar a cada persona por su capacidad y no por su condición. Hay gente joven capaz y gente joven incompetente. Hay gente homosexual muy inteligente y otros que son uno más del montón. Hay mujeres que manejan una compañía mejor que cualquier hombre y otras que no saben manejarse.
La paradoja es que la ley de discriminación no discrimina, en a quién hay que proteger.
Es como el caso de los fumadores. Se les debe dar 4 breaks de cinco minutos por día porque no pueden no fumar, sino se los dan, estarían siendo imparciales. Ahora, nadie dice qué pasa con los no fumadores que son más y deben trabajar esos 20 minutos de más por día, por qué no se les da el derecho a un descanso para respirar aire puro?
Para seguir con la polémica, no estoy a favor de proteger a los débiles. Es una forma de fomentar su “debilidad”. Hay que darle herramientas (o sea enseñarles a pescar y no regalar el pescado, que es la fácil… lavamos la culpa y a otra cosa).
Pero claro –desde el punto de vista de un gobernante- siempre es más fácil manipular gente débil que fuerte…
Sí, estoy claro en que hay que regular los abusos de los fuertes o grandes. Pero también hay que exigir.
En estos lares la discriminación es como una palabra mágica. Le metés presión a un empleado vago y enseguida te dice “me estás acosando”. Le exigís (dedicación, calidad, iniciativa, etc) y te dice “me estás discriminado”. Y sigo. Felicitás a uno por hacer las cosas bien y le dás más responsabilidades y él que no se esfuerza te acusa de discriminarlo porque a él no lo estás premiando.
Yo discrimino, digo en el título de este post.
Sí, porque elijo con qué personas me gusta estar. Porque elijo a dónde me gusta ir a comer y a dónde no vuelvo ni aunque sea gratis. Porque elegí a una mujer para que sea mi compañera y no a otra. Porque me interesan ciertos deportes y otros no. Porque hay vinos que me gustan y otro no tanto.
Discriminar, en el buen sentido de la palabra, es un acto inteligente.
Significa entender las diferencias y elegir qué es lo que a uno más le gusta, qué es lo que prefiere tanto, como lo que no. Y ser tolerante. Y punto.
Hay un dicho que reza: los extremos se juntan. Los países comunistas quisieron vestir a todos de igual manera, que comieran lo mismo, que pensaran igual. O sea que no discriminaran, sino que siguieran las reglas impuestas.
El extremo capitalista te fija pautas de comportamiento, moda y costumbres. Te invita a no discriminar, porque pensar distinto es malo. Entonces a través de una cultura del miedo, de promediar para bajo hacen que todos vivan un sueño de vida igual, con el mismo auto, la misma casa, etc. etc. (ver película American Beauty). Logrando que la gente responda como autómatas y no discrimine. Una vez más, que sigan pautas en vez de definir qué tipo de vida quieren. Así son más fáciles de manipular.
Por eso vuelvo y pregunto: Yo discrimino, ¿y usted?