Tuesday, November 07, 2006

Reflexiones de alto vuelo

Apenas una escala, parece mucho pero el avión ya despegó. Este es el vuelo final. En pocas horas, Buenos Aires. Serán mejores que los aires de la última vez?

Me miro en el espejo del baño del avión, una voz nublada, la imagen devuelve el rostro de siempre: el mío pero aunque un poco más viejo. A veces llegué a sentir que el paso del tiempo no pasaba, o que por lo menos no dejaba huella. Hoy veo caminos llenos de señales de tránsito congestionado. Quisiera sentirme más maduro, más tranquilo, con la posibilidad de poder ver las cosas con más paz; que el árbol no me impidiera ver el bosque, ni que el bosque me cegara con sus tantos árboles.

Viajo a Bs As. Por un seminario. Sin embargo, las puertas de las causalidades despiertan más significados.

Nosotros los de antes, ya no somos los mismos.

Mi abuela está mal. La acaban de volver a internar. Se está muriendo o se está despidiendo de a poco. “Me alcanzará el tiempo para decir adiós sin despedida?”- me pregunto.

Mi hermana Pato viajó con sus hijos de Brazil para estar con ella. Pero yo llego y ella ya no está. Jugamos a las escondidas –ambos pensamos- y me pone un comentario en mi blog sobre eso. Ya se dará.

Pienso en mi abuelo cuando murió. Un llamado que fue despertador. Una mañana bien de madrugada y esa noticia que te dice que perdiste un abuelo, pero sentís que perdiste un padre. Qué palabra se usa para quien no ha tenido padre aunque no es huérfano.

Un beso de adiós, en una frente con frialdad de mármol. El primer contacto conciente con la muerte. Una mirada inmóvil, tantas cosas para decir pero si no han sido dichas ya no tienen sentido. Juegos, y esas travesuras que hoy no perdonaría a mis hijos, para ver cómo mi abuelo reaccionaba y ese juego. Su tiempo tranquilo, las caminatas al pueblo para comprar un queso que acompañaba su whisky y nuestras tardes. Pocas palabras, pocas. Pero mucho que se decía.

Mi otro abuelo se fue cuando yo era muy niño. Quizás la edad de Fausto ahora. Sólo tengo el recuerdo de lo que me contaron y lo hice mío. El vivía en Rosario y cuando lo visitábamos, yo dormía en su habitación. Un día llegué, entré en su cuarto. Me imagino mirando su cama tendida, sin su presencia, saliendo –dicen- sin preguntar nada… porque tenía todas las respuestas. Al final, la memoria no es más que la suma de cosas que nunca sabés si pasaron pero que no querés borrar.

También hay una carta que espera ser firmada. Una carta sin palabras emotivas, pero que abre las puertas de las emociones, un cambio más, otra escala.
Siento que mi vida es un gran viaje, que despego y aterrizo simultáneamente.

Miro el espejo, apago la luz y salgo del baño. Pasó un instante. La señal de abrocharse el cinturón ya se ha encendido.

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