Saturday, February 17, 2007

Trasnoche Satelital


Son casi las 5 de la mañana, el taxi recorre el Río en dirección a Washington Bridge. El skyline iluminado de NY se aparece de repente. Como un recordatorio de dónde estábamos. Tantos días y noches de trenes y subtes que llegué a olvidar que estaba en New York. La ciudad es una bella mujer olvidada que amanece, mientras nosotros nos vamos a dormir sabiendo que mañana será otra larga jornada. Como la película del día de la marmota (“Groundhog Day”), cada mañana me levanto y parece que todo se repite, que nada hubiera avanzado.
Hace varios días que no dormimos más de 4 horas. Estamos en medio de un pitch muy importante, no sólo por lo grande e interesante. Sino por lo oportuno -recién empezando- puede acelerar las cosas inesperadamente.
El mundo parece que se acaba, todos los que tenían que dar respuesta, están ausentes: faltan pocos días y no tenemos campaña. Nada como una caminata por el frío del SOHO, comer una rica pizza tratando de detener el reloj asesino, mientras por la ventana la gente pasa a otro ritmo. Detener un segundo todo, olvidarse de todo, charlando bajito como si todo fuera a fade-out.
Ya es de noche ese viernes. Los españoles nos deslumbran, sacan conejos de la galera y la campaña está viva nuevamente.
El fin de semana es un más de lo mismo. Más noches que no terminan y la risa es el único aliado cuando querés matarte por estar laburando todos los días a cualquier hora. Y te reís porque estás disfrutando, el momento, el desafío, la adrenalina. Y sentís que vale la pena.
El domingo termino en el aeropuerto, un quilombo en Puerto Rico me obliga a viajar (no podría haber peor momento). Son las tres de la mañana y en el cuarto del hotel email va y email viene: la presentación empieza a tomar forma. Ya era hora...
Al día siguiente, los problemas se resuelven rápido, todo a velocidad acelerada, logro adelantar el vuelo. Son las 7 de la tarde y el taxi amarillo, ya va camino a la oficina. El equipo espera, me fui por unas horas y sentí que hubiera desaparecido por días. Silvina me clava esa su mirada como queriendo clavarme la bombilla del mate en la espalda; Jorge se pelea con un japonés que lo empuja adentro del ascensor mientras nos entrega una orden de sushi para 6 que parece para 20 personas; una gorda americana mira la yerba con cara sospechosa -"It´s legal"- dice María- ante la suspicacia de la mujer .Todo es surrealista.

Estas presentaciones generan un grado de intimidad como una comunión imposible de explicar para quien no ha pasado por esto varias veces. Nosotros, los extraños, nos entendemos con la mirada. Nadie quiere decir una palabra de más, el horno no está para bollos.

Llega el preciado momento y todo fluye. Cuando las luces se prenden, el show comienza. Se escucha “Desire” (U2) y todo toma velocidad y ritmo. Nuestro deseo común, el esfuerzo compartido, superar los 500 obstáculos y estar ahí. Preocupado porque todo cerrara, no había tenido tiempo ni de pensar qué diría. Sin embargo, las palabras no me traicionan, salen desde adentro y empiezo a tomar temperatura. Al final de todo, tanta energía tanta pasión puesta en estos días, no podían hacer menos por nosotros. Ya no pensás que llevás dos semanas sin dormir o que sacrificaste todo por estar ahí, en ese momento en ese lugar preciso, en esos zapatos que aún tienen nieve. En el momento cumbre, los creativos hacen de las suyas: uno contra la pared personificando a una mujer, el otro a un policía que en vez de arrestarla, la besa apasionadamente. En medio de esta escena salida de “La jaula de las locas” pienso que todo se va a ir al demonio, pero estamos tan jugados que –hasta el cliente- se ríe y todo sigue adelante. Aplausos, éxitos, felicitaciones y lo demás.
Salimos de la presentación. Caminamos por la nieve de New York, como pisando huevos. Pero la felicidad y la emoción están en las caras. Como si hubiéramos ganado un campeonato, los abrazos y las felicitaciones vuelan. Nadie pensó que fuera a salir tan bien. Hacía tiempo que no sentía esa sensación de química y contundencia. Tan pocos, pero hicimos tanto. La felicidad de volver a trabajar con gente extremadamente talentosa, el sueño del dream-team se hace realidad.
Será un gesto del destino, una nueva oportunidad o una sensación de despertar y listo. Un ultimo abrazo marca el adiós, el avión va a salir y todos para el aeropuerto. Nos quedan las ganas de celebrar, de tomarnos un par de vinitos que todos teníamos merecido. Me pierdo por Ave. of Americas, la nieve es una nueva compañera y el único festejo es un taco mexicano en el tren, mientras el teléfono no para de sonar. De varios lados del mundo, todos quieren saber cómo nos ha ido. Contarles es como romper la complicidad, nadie entendería lo que no ha vivido en carne propia.
Es la tarde del viernes. El clima pronostica fin de semana largo. Camino solo por la calles del SoHo. Veo la nieve acumulada a los lados de la calle. Son como insólitas rocas blancas salidas de las entrañas. Imagino que alguien limpió mis neuronas y que esas blancas montañas son los restos que tapaban mi pensamiento. Me siento despierto, con toda la energía libre: con ganas de más. Liberados -otra vez- mi instinto y mi imaginación.
El cansancio se vuelve persona, y yo el actor que mejor lo personifica. Pasaron varios días de esta locura y parecen horas. Mi cabeza va y viene tratando de recordar y disfrutar todo a la vez. Con esa misma velocidad, el tren desde donde escribo, cambia de vía y -en un segundo- todo se desvanece en el infinito...

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